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Fuente imagen: Caras y Caretas |
A este ritmo de crecimiento de la población penitenciaria, las cifras al final del período superarán las 20 mil, lo cual expone al sistema a una implosión que es urgente prevenir. Si los 16,700 privados de libertad que registra hoy el INR ya representan un nivel de hacinamiento crítico, el augurio expuesto por el ministro Carlos Negro nos deja mucho más preocupados. No puede ser la única alternativa el seguir construyendo establecimientos penitenciarios si no se acompaña con una efectiva planificación que haga valer la premisa constitucional de que las cárceles sirvan para rehabilitar a las personas.
En los últimos tiempos la inflación punitiva ha llevado a superpoblar las cárceles con medidas en las que todos los partidos políticos han tenido su cuota parte de responsabilidad, en esto no se trata de echar culpas a nadie en particular sino de alertar que hay que frenar esta corriente a riesgo de seguir aumentando el problema y estar cada vez más lejos de una posible solución.
En el comienzo de los últimos gobiernos se han dado espacios para los acuerdos y este no es la excepción, con la dificultad inocultable de estar ante un panorama de difícil encare sin la voluntad política de todos. Es imperioso no hacer del punto un botín electoral porque estamos a poco de un punto de no retorno que es imperioso evitar.
Poco aportan los que sintiéndose los dueños de la verdad salen a dar instrucciones que no pudieron o no supieron instrumentar siendo gestores. Hace falta un poco de humildad y empatía para construir esos espacios donde sumen su experiencia para que esta constituya un aporte y no una mera crítica oportunista.
La situación de las cárceles uruguayas es un espejo que nos refleja nuestra peor cara, pues así como tratamos a esa población así será su respuesta una vez recupere su libertad. Una libertad que no será virtuosa ni mucho menos pues saldrán peor de como ingresaron, habiendo transitado por las perniciosas aulas penitenciarias orientales.
En tal sentido, urgen medidas que descompriman las cárceles y que hagan del candado la excepción y no la regla. Que los establecimientos penitenciarios se nutran de oportunidades laborales y educativas para los internos, que tengan sus espacios de socialización con sus vínculos familiares, que recuperen hábitos perdidos o que conozcan esos hábitos que nunca conocieron pero que hacen digna la vida de las personas.
Es imposible imaginar que no existan salones comedores en los módulos del exComCar, que no compartan ese momento con otros sentados alrededor de una mesa, que cada uno reciba su plato como corresponde y, en cambio, deban someterse al arbitrio de los “brazos gordos” para acceder (si acceden) a su porción de alimentos. Es imposible imaginarlo pero ocurre y no podemos permitirlo más.
Es increíble que el Polo Industrial de la Unidad N.º 4 de Santiago Vázquez, sea un espacio cuasi abandonado y haya perdido todo aquel vertiginoso ritmo que supo ostentar y lo hizo un modelo para el sistema nacional y para la región. Es urgente que vuelvan los emprendimientos para que el lugar se llene de trabajo y el ritmo fabril contagie a todo el establecimiento y se derrame por el sistema. No es un imposible, ya se hizo, solo es cuestión de repetir lo que se hizo bien y dejar atrás lo que se hizo mal. Y si algo se hizo mal fue abandonar aquel modelo por mezquindades políticas de haberlo gestionado un gobierno que no era de su signo. No importa el color político si la idea es buena y sirve al objetivo principal de recuperar personas que una vez equivocaron el camino y provocaron un daño. Si dejamos de ver a la población penitenciaria como lo que son, personas, entramos en un camino sin retorno que nos llevará irremediablemente trazar una frontera que será muy difícil de sortear.
En vísperas de un nuevo partido clásico, la idea del pulmón de una tribuna que antes era de la familia, me trajo la imagen de lo que pasa hoy con el tema carcelario. Nos vemos como enemigos y no como iguales, no somos capaces de entender que hay gente que se equivocó pero que quiere ser perdonada y volver a vivir en sociedad. Pero tenemos un sistema que lejos de recuperarlos los va deteriorando al punto de reducir sus hábitos y costumbres a niveles críticos que lo separan de los más elementales para un ser humano. Así lejos de construir puentes fabricamos pulmones, espacios que separan, muros invisibles donde no es posible contacto alguno a riesgo de destruirnos.
Me resisto a pensar que no hay una salida que los involucre y los haga parte, es cuestión de explicarles el camino y estoy segura que se sumarán al intento. Estoy convencida que no hay persona privada de su libertad que no acepte trabajar o estudiar si eso le permite volver a ser persona con derechos y con obligaciones, a ser un sujeto de derecho. En tal sentido, que tal si en lugar de seguir pensando en construir más cárceles nos concentramos en darles esa oportunidad que no tuvieron, en darles trabajo y educación, enseñarles hábitos y costumbres para que puedan volver a reconstruir sus vínculos y con ellos volver a esa sociedad a la que un día dañaron con su inconducta.
Frio y parejo para todos
Las acciones llevadas adelante por el gobierno han dado una clara señal ante la emergencia que tuvo en el centro a la población en situación de calle. Un alto porcentaje de esa población tiene en la cárcel un denominador común, y basta imaginar el mismo panorama muros adentro de los establecimientos donde el frío cala hondo.
Son muchos los que padecen el invierno, muchos sin contención familiar alguna por carecer de esos lazos y estar abandonados a su “mala suerte” en reclusión. El frío no pregunta qué delito cometió, los encara a todos por igual en una suerte de democracia infame que empareja y afecta a todos por igual. En esas condiciones de hacinamiento, mal alimentados y sin abrigo, el panorama se torna aún peor de lo que cualquiera pueda imaginarse y hace parte del agravamiento de las condiciones de reclusión. Por ello es que también es necesario organizar la ayuda para esta población que está a cargo del Estado, es decir de todos nosotros.
Las buenas prácticas no necesitan de un gran presupuesto, algunas solo precisan de la voluntad de quienes están dispuestos a dar una mano y de organizar el adentro para que sean parte de las iniciativas. Incluyendo a las familias, que también tienen que participar para que juntos puedan empezar a transitar el camino de la rehabilitación.
Porque ya lo hicimos antes estoy segura que podemos volver a hacerlo ahora. Solo es cuestión de tomar con humildad las experiencias que supieron construir alternativas posibles y que transformaron las vidas de cientos de personas.
Estamos a tiempo de hacer de este grave problema una hermosa oportunidad.
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