Hoy soy la feliz abuela de Melina y Luca, hijos de Alejandro y Fabían, respectivamente. En el año 2009, un delincuente le arrancó la vida a Alejandro, lo que condicionó mi vida y la de mi familia para siempre. La vida ya no sería la misma ni mucho menos; para un padre perder un hijo es una tragedia por donde se lo mire, es un quiebre del normal ciclo de la vida.
Aquella mañana del 14 de enero de 2009 recibí la peor noticia para una madre y de ahí en más nuestra vida cambió radicalmente. Al primer impulso de rabia y dolor le siguió casi que enseguida un espacio de reflexión que me llevó a pensar cómo habría querido Alejandro que actuara y, pensé: "no sería el odio ni el rencor lo que me habría sugerido".
Allí mismo empecé a transitar un camino de resiliencia que me derivó en un esfuerzo por defender el derecho de las víctimas de la delincuencia, un trabajo que llevara alivio a otros para que no sufrieran lo mismo que sufrimos mi familia y yo. Así, en el año 2012 junto a la esposa de Alejandro - Mónica Haskowicz, lamentablemente hoy fallecida- iniciamos un lento pero sostenido recorrido para hacer oír nuestros reclamos en procura de defender a las víctimas y que estas dejaran de ser un objeto del proceso penal para ser sujetos de derechos.
Junto a otras familias dimos nacimiento a la Asociación de Familiares y Víctimas de la Delincuencia - ASFAVIDE, que fue un verdadero estandarte en la lucha por los derechos de las víctimas. Entre sus principales logros está la aprobación de la ley 19.039, que otorga una pensión para las víctimas de delitos violentos.
Esa asociación civil brinda servicios de atención psicológica y apoyo jurídico para quienes lo necesitan, a través de un convenio firmado con la Universidad de la República y la Facultad de Derecho; así como con INEFOP y CAVID organismos que facilitan el acceso a cursos y herramientas para quienes se acercan en busca de nuevas oportunidades.
A propuesta del fallecido Eduardo Bonomi, integré la dirección del Patronato Nacional de Encarcelados y Liberados, hoy Dirección Nacional de Apoyo al Liberado DINALI. Esa actividad me puso en contacto directo con las personas privadas de su libertad, aquellos que muchas víctimas ven como el enemigo y que yo veía como otro tipo de víctimas de un sistema que nos relacionaba y ponía en contacto, de la peor manera. Fiel a lo que hubiera querido Alejandro, entendía que no sería con odio la forma de encontrar caminos de entendimiento ni soluciones definitivas a la problemática de la delincuencia.
En un país donde no existe la pena de muerte ni la cadena perpetua, el camino de la privación de la libertad debe ser un trayecto virtuoso que permita la reinserción de los internos sin grietas ni fisuras insalvables entre ambos colectivos (víctimas todos). Con ese objetivo como premisa, me dispuse a realizar charlas a los internos a sabiendas que podría encontrarme con los responsables del crimen de mi hijo. Pero nada me impediría intentar cambiar la vida y la forma de encarar la salida de su privación de libertad a quienes estuvieran dispuestos a escucharme. Si lograba cambiar tan solo una persona ya tendría premio mi esfuerzo.
Con un bolso de mano y la voluntad intacta, realicé varios encuentros en la cárcel de Punta de Rieles vieja, bajo la dirección de la dupla integrada por Rolando Arbesún y Luis Parodi. Fueron varias charlas donde el respeto y atención que me tuvieron los internos fue digno de remarcar, y en las que tuve no una sino varias devoluciones que me confirmaron el acierto de aquella iniciativa.
Aquellos encuentros deberían ser más frecuentes donde se vean las caras víctimas y victimarios, para hacer la síntesis de un conflicto sin sentido en el que perdemos todos. Algunos con pérdidas irreparables que hacen difícil, también, la rehabilitación pues si no es fácil perdonar mucho más difícil es perdonarse a sí mismo por lo hecho. Ese proceso me llevó a entender que también había una víctima del otro lado del problema, y con él, su familia que sufriría las consecuencias de su privación de libertad.
Con ese bagage de problemas entorno a la privación de libertad, aquellas charlas fueron un oasis en medio del desierto y una experiencia maravillosa que habría que repetir para hacer lugar a mecanismos de restauración de la convivencia a partir de instancias como esas, de reflexión profunda y sincera con los protagonistas.
Como ven, la situación de las cárceles será uno de los tantos problemas que deberemos enfrentar porque no debería ser el único camino seguir construyendo cárceles sino emprender el desafío de trabajar fuerte y seriamente sobre las causas del delito. Entender los circuitos familiares, las necesidades en los barrios, la educación de los más chicos, y así poder contener la proliferación del crimen como única salida.
No será fácil pero hay que intentarlo, por eso los invito a que me acompañen en esta instancia haciendo llegar sus mensajes y sugerencias para construir esa patria que nos merecemos.
En próximas entregas, iremos contando más de nuestra vida y de nuestros proyectos, porque este camino lo haremos juntos.
Será un gusto que me acompañen.
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