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Fuente imagen: Gaceta UNAM |
La noticia me impactó fuertemente, un hombre había
fallecido en las puertas mismas del Hospital del Cerro tras permanecer no menos
de dos días (algunos dicen más de tres), sentado sin que nadie reparara en su existencia. Según las crónicas
de prensa el hombre estaba durmiendo y despertó sobresaltado pidiendo agua,
cuando se la suministraron mostró dificultades para tomarla y se puso a
temblar. Un vecino cruzó a dar aviso a la emergencia del hospital y cuando
estos llegaron solo pudieron constatar su fallecimiento.
Así contado deja al desnudo un problema que se ha
agravado notoriamente en este último lustro con las personas en situación de
calle. Gente excluida, muchos de ellos con sus lazos familiares rotos o
inexistentes, algunos con pesado prontuario delictivo, y otros tantos que acarrean
sus adicciones o problemas de salud mental. Un combo perfecto de calamidades a
las que el Estado debe dar respuesta y contención.
Pero…
La mirada del Estado (cuando llega), lo hace tarde y mal
la mayoría de las veces, ocurriendo casos como el descrito con el agravante de
una situación sanitaria que pudo y debió resolverse de otro modo. ¡Justo frente
a un centro de salud!…
Sin embargo…
No siempre la culpa es del Estado, y aunque lo fuera, el
Estado somos nosotros, los mismos que miramos para el costado o que
naturalizamos la existencia de esas personas –tan iguales como nosotros frente
a la ley- pero que tienen mutilados sus derechos por estar excluidos, a la
intemperie y abandonados a su mala suerte…
Los mismos que nos horrorizamos y lamentamos la desgracia
cuando ya es irreparable.
Enfermos
de indiferencia
Un grave flagelo invadió a la sociedad uruguaya en estos
últimos años y es la indiferencia, esa nefasta y cruel señora que esconde la
mirada para salvar su conciencia, pero no evita que seamos tan culpables como
el resto del colectivo.
¿Qué nos
pasó? ¿Por qué nos hemos permitido llegar a este punto de increíble egoísmo que
trae consigo otros problemas que podrían tener una solución en base a un poco
de solidaridad y empatía por el prójimo?
La situación de calle implica abandono, y un régimen de
vida indigno para quien la padece. Nadie tiene derecho a vivir en la intemperie,
nadie; porque vivir en la calle no asegura otra cosa que la degradación de la
persona que debe sobrevivir cada día sin las mínimas condiciones de
habitabilidad y -muchos menos- de higiene.
Vivir en situación de calle implica –necesariamente- el ocupar
espacios públicos o privados impidiendo su uso al resto de la gente, generando
problemas de salubridad e higiene, junto con problemas de convivencia. Hay
quienes intentan –generosamente- ayudar y dan auxilio, prolongando la situación
de calle, y hasta consolidándola, lo cual lejos de solucionar empeora el
problema. Y hay los que, lisa y llanamente rechazan tal ocupación y la denuncian,
llevando a los involucrados a enfrentarse con la Policía. Ni uno ni otra opción
logran ser la solución al problema de fondo. Mucho menos lo es la tercera
opción, esa que aparece cuando nos gana la indiferencia y optamos por
invisibilizarlos, haciendo de cuenta que no están y hasta intentamos olvidar
que existen.
Pero… allí están.
Lamentablemente la población de personas en situación de
calle ha tenido un crecimiento exponencial en estos últimos años. Basta
recorrer las calles de cualquier ciudad del país para comprobarlo. Ya no se
trata solo de un problema capitalino, mucho menos metropolitano. A lo largo y
ancho del país se ha hecho notorio el incremento de personas en situación de
vulnerabilidad social con todo lo que implica en materia de convivencia y salud.
Y ese incremento ha ido mellando la capacidad de asombro
de los uruguayos al punto de haber naturalizado esas presencias y dejar que nos
ganara la maldita indiferencia. Esa que mató a esa persona frente al Hospital
del Cerro y mata a tantos otros sin que nos enteremos.
Hay un tremendo desafío por delante en el que no solo el
Ministerio del Desarrollo Social –MIDES, deberá participar eficazmente sino
toda la sociedad civil (la organizada y la de a pie), porque está en cada uno
de nosotros el cambiar esta actitud e interesarnos por el que no tiene un
techo, ni un plato de comida, ni un trabajo, o sobrelleva una adicción o una enfermedad
estando en la calle.
Es hora de recuperar esa humanidad perdida que nos ha
llevado por terrenos donde gana el individualismo sin reparar que somos seres
gregarios y que la grey no avanza ni se desarrolla en plenitud si alguno de sus
integrantes queda por el camino.
Es tiempo de derrotar a la indiferencia ocupándonos del
que no tiene nada y necesita, aunque más no sea, un abrazo o un pequeño gesto
que le permita recuperar la confianza perdida.
Pequeñas o grandes acciones que puedan disuadir o
prevenir males mayores, y donde la indiferencia no tenga lugar.
Por eso es que, antes que nada, hay que estar atentos y
presentes para evitar acontecimientos lastimosos como el que me impulsó a esta
reflexión que quería compartir con ustedes.
No quiero que nadie más muera por indiferencia, porque de
esos muertos somos nosotros los asesinos…
Graciela Barrera
23 de febrero de 2025
MPP – Espacio 609 – Frente Amplio
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