Cambiar el enfoque
El hacinamiento carcelario tiene dos consecuencias bien claras, por un lado habla del trabajo de la justicia y la policía que permitió demostrar con pruebas la autoría de los delitos que llevaron a sus autores a cumplir condena en una cárcel. Por otra parte, esa eficacia penal y policial se concentra en muchos delitos que podrían tener otra respuesta mucho más efectiva que la privación de libertad. Mucho más si tenemos en cuenta que la proliferación de privados de libertad termina colapsando al sistema volviéndolo un simple reservorio humano sin otra alternativa que el encierro en celdas vetustas y superpobladas.
Las oportunidades laborales, educativas y/o recreativas en un centro penitenciario son escasas, y llegan a una mínima porción de privilegiados que pueden acceder a ellas. Mientras tanto, la cárcel está -en su inmensa mayoría- llena de personas que son primarias o cometieron delitos menores que podrían contemplarse con medidas alternativas a la prisión mucho más efectivas y con menos efectos secundarios que la prisión.
En las actuales condiciones, quien ingresa al sistema tiene muy pocas probabilidades de salir rehabilitado. No lo permiten las condiciones actuales ni tampoco las escasas oportunidades que ofrece un sistema que concentra su mayor esfuerzo en la seguridad y no en la rehabilitación propiamente dicha.
Basta con repasar cómo está conformada la nómina de autoridades que dirigen los centros penitenciarios para entender la lógica que impera en el sistema a nivel nacional. En efecto, en su inmensa mayoría (sino en todas) son policías quienes dirigen los establecimientos, acompañados -por supuesto- por técnicos que los secundan, pero con el foco principal puesto en la seguridad. Esto, que no es otra cosa que la constatación de los hechos mismos, no va en detrimento de su profesionalismo sino todo lo contrario. Imagino que muchos de ellos ni siquiera imaginaron terminar dirigiendo una cárcel pero asumen su tarea como verdaderos profesionales que son.
El punto está en que si queremos hablar de un Instituto Nacional de Rehabilitación tenemos que honrar su denominación poniendo el foco en lo que lo define, es decir en la rehabilitación. Sin embargo, en los hechos hacemos todo lo contrario, y no hay centro penitenciario en que lo primero que nos expresen sea la falta de personal policial.
Es hora de dar un giro
El cargo de Operador Penitenciario no fue una creación frenteamplista ni mucho menos, el escalafón civil pensado para trabajar con la población privada de libertad se creó por ley de presupuesto del año 1986 pero fue recién con Eduardo Bonomi al frente de la cartera en el año 2011 que se puso en práctica. Allí nació la idea de un verdadero giro en la gestión de la privación de la libertad, tras el cachetazo internacional que recibió el Uruguay con el informe del Relator de la ONU, Manfred Nowack.
En ese punto, Bonomi y su equipo se propusieron empezar por unificar realmente la gestión penitenciaria y para ello sacó de las Jefaturas de Policía las cárceles que estaban bajo su jurisdicción y le dio verdadero carácter nacional a la vieja Dirección Nacional de Cárceles (que de tal solo tenía el nombre) y creó el Instituto Nacional de Rehabilitación que pasó a ser el rector nacional de todas las cárceles del país.
En conjunto con ese trascendental paso emergieron los operadores penitenciarios para dotar de personal civil y técnico a los establecimientos de manera de enfocar -finalmente- la gestión poniendo foco en la rehabilitación. Para ello concentró esfuerzos en el trabajo, la educación y el deporte como instrumentos básicos. Así nacieron los talleres MEC en los establecimientos carcelarios, el Polo Industrial de Santiago Vázquez, la llegada de ASSE para asumir nada menos que la sanidad en reclusión, y de a poco empezaba a tener el sistema un norte hacia donde dirigirse.
La ruta no sería fácil y debió sortear las resistencias propias de un sistema corrupto que no estaba dispuesto a permitir los cambios sin manifestarse. Hubo motines y resistencias internas pero el rumbo siguió firme.
Sin embargo, en los últimos años lejos de continuar ese rumbo se produjo un quiebre que tuvo consecuencias negativas que hoy son el nudo gordiano del sistema penitenciario. Se llegó a un nivel de hacinamiento crítico, se discontinuaron y deprimieron proyectos como el Polo Industrial o las oportunidades educativas. La celda pasó a ocupar todo el tiempo de estadía para los privados de libertad y el deterioro edilicio terminó de completar el panorama.
Hoy tenemos un sistema al borde del colapso, con casi 17 mil privados de libertad, con establecimientos hacinados en los que las oportunidades laborales, educativas y/o recreativas son muy pocas y en los que los recursos humanos están debilitados en número y formación, porque seguimos apostando primero a la seguridad antes que a la rehabilitación.
Hace unos días conocimos la visita de un experto norteamericano -Joseph Arvidson- quien manifiesta que hay que concentrar esfuerzos en aquellos internos que están proclives a reincidir, porque algún día recuperará su libertad y lo mejor que nos puede pasar a todos es que no vuelva a cometer delitos.
Parece sencillo y en verdad es de sentido común, es con esa población con la que hay que trabajar y no será la policía la que lo pueda hacer pues su formación es otra diametralmente distinta. Para eso fueron pensados los Operadores Penitenciarios, personal civil formado para acompañar los procesos de encierro en clave de rehabilitación. Gente que pone el foco y asiste a los privados de su libertad a emprender, a estudiar, a tener actividades recreativas ya sean culturales o deportivas. En suma, personal que los prepare para la vida en sociedad el día en que les toque salir en libertad cumplida su condena.
No se puede pretender que sean los policías los que cumplan esa función pues no fueron formados para eso.
Es momento de empezar a construir ese giro impostergable que devuelva a las prisiones uruguayas el sentido para el que las dispuso el constitucionalista, y dejen de ser depósitos humanos.
Es hora de dejar de mirar para el costado y asumir el riesgo de que la rehabilitación no sea solo una palabra y se convierta en una realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario